La productividad emocional: cómo hemos dejado de valorar los gestos simples


Vivimos en la era del rendimiento. Todo debe ser útil, visible, medible. Incluso nuestras emociones. Nos piden estar “bien”, mostrar “buena actitud”, ser “positivos”, motivar a otros, pero sin detenernos. Sin pausa. Sin tregua.

En medio de este ritmo acelerado, los gestos simples —una mirada atenta, un silencio compartido, un “¿cómo estás?” sincero— han empezado a verse como lujos. Como ineficiencias. Como distracciones del objetivo.

Pero yo creo lo contrario: son el centro. Son el principio. Son lo que sostiene lo humano.

Cuando sentir se convierte en tarea

Nos entrenan para gestionar equipos, proyectos, presupuestos... pero pocas veces nos enseñan a gestionar la ternura, la tristeza, la alegría o el duelo. A veces parece que también las emociones tienen que ser "eficientes". Si no sirven para motivar, conectar o inspirar, mejor no mostrarlas.

La productividad emocional se manifiesta cuando solo mostramos lo que conviene emocionalmente al sistema. Sonreímos en reuniones aunque estemos agotados. Decimos “todo bien” aunque estamos rotos. Escuchamos sin escuchar, porque hay una lista de pendientes más urgente que la historia del otro.

Y así, poco a poco, desaprendemos a ser presentes. A habitar los vínculos sin prisa. A mirar sin filtro.

Los gestos simples no son menores

Hay una ética profunda en dar los buenos días con intención. En preguntar por la familia y esperar la respuesta. En sentarse sin mirar el celular. En escuchar a alguien sin pensar en lo que vas a responder.

Estos gestos no son menores. Son actos de resistencia frente al desarraigo emocional.
Son una forma de decir: “No todo puede ni debe ser optimizado”.

El impacto de lo pequeño

En mi trabajo humanitario, he aprendido que los momentos más transformadores no siempre ocurren en grandes asambleas ni en talleres bien evaluados. A veces ocurren cuando alguien te dice:
“Gracias por quedarte a escucharme. Nadie más lo había hecho.”

O cuando un abrazo sincero rompe meses de distancia emocional.

O cuando alguien se anima a llorar, no porque hay una solución, sino porque por fin hay un espacio.

Volver al gesto, volver al vínculo

Tal vez sea hora de cuestionar este modelo que mide todo, incluso lo que no se puede medir.

Tal vez haya que reivindicar el valor del gesto simple, no como algo extra, sino como algo central.

Porque al final del día, lo que recordamos no son los KPI ni los informes.
Recordamos quién estuvo. Quién nos miró con compasión. Quién nos hizo sentir vistos, sin querer cambiar nada.


Jhony


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